miércoles, 16 de marzo de 2011

La pasta es la pasta...

He de confesarlo: soy una persona que, a pesar de ser bastante cerebral, en esto del arte soy un sentimental de mierda. Tomo absurdos cariños, delirantes afectos, empatías totalmente prescindibles si de lo que queremos hablar es de arte -ya sea pintura, escultura, arquitectura, cine o literatura-. ¿Acaso no debería exigirme a mí mismo un poco de rigor, de objetividad? Lo sé, lo sé: "la objetividad no es posible, Álvaro". Tópico. Suele ser así.

Pero hoy, haciendo un gran esfuerzo por acercarme al ideal de la objetividad, hablaré de mis grandes decepciones cinematográficas.

En primer lugar, no puedo mirar hacia otro lado cuando se trata de Scorsese. Es, era un fetiche, un autor de culto, uno de esos que, cuando uno reunía el valor suficiente para soportar "¡Qué grande es el cine!", programa conducido por el fumador y director de algo -que él dice que es cine- Garci, le despertaban una y mil esperanzas de cine con mayúsculas, un increíble travelling en vez del típico zoom setentero, un super plano detalle de la mano de un De Niro pirado que, mediante ella, dice "lo sé todo sobre ti" sobre un escritorio, delante de una Cybill Sepherd espléndida.  Martin, el bueno de Martin fue siempre un seguro de cine con mayúsculas, de cine para estudiarlo detenidamente, de cine apoteósico. Pero llegó, supongo, Mr. Muchamuchapasta y todo se fue a la gran mierda con ese bodrio de acontecimientos sin ton ni son, en un escenario paupérrimo con actores del tres al cuarto (a excepción de Daniel Day Lewis) y todo ello bajo el título de "Gangs of NY". ¡Pero bueno, Martin, qué coño te pasó! ¿Es que ahora te va hacer pelis para el sector hipotalámico? No es normal que un espectador hace 11 años adorara al mago R.Scott (o sea, el que convierte la mierda en dinero) y renegara de ti acusándote de "complicado", de "autor"... y ahora, ese mismo tío vaya a ver tus pelis como si fueran revelaciones marianas. No me lo explico. Y luego... con el grandísimo gusto que siempre tuviste para los repartos y, sobre todo, para tus actores fetiche, y ahora pierdes el culo por ese cuerpo extraño con rostro de niño arrogante y malhumorado de Di Caprio. ¡Venga ya! Martin, colega, ¡se trataba de hacer cine, no un chorizo!

En un segundo lugar, aligerando quizá mi patente objetividad, ha llegado la hora de Aronofsky. A él le debo 84 minutos de placer total cinéfilo con "Pi: fe en el caos", donde imagen y sonido son la mejor definición de una migraña crónica y una paranoia creciente. Luego nos regaló otro gustazo de largometraje: "Requiem for a dream", y, a pesar de elegir a Leto como protagonista guaperas y yonqui, el film sació con creces esa fiera necesidad de una experiencia cinematográfica total (imagen+sonido+historia), también oscilando aquí y allá entre la esquizofrenia, la paranoia, las enfermedades mentales, en fin. Pero llegó con su nuevo guión "La Fuente de la Vida" y productores con mucha mucha mucha pasta señalaron con el dedo al guaperas -y pésimo actor- Hugh Jackman y a la irritante Rachel Weisz y Aronofsky puso la mano hasta que sintió el peso de los billetes. Tuvimos un respiro con "El Luchador" y resucitó a un muy muy muy fiambre Micky Rourke. Y ahora toca "El cisne negro", que tiene toda la pinta de bodrio, podría parecer un bodrio, pero no os equivoquéis... es un bodrio (el padre del marxismo v 1.2. mediante).

Llegó un invierno del 98 como un aire fresco con fragancias venecianas, pero un clink clink de máquina tragapasta sonaba detrás de cada fotograma. Herskovitz nos ofrecía como quien enseña una salchicha a un perro su estofado de época "Más fuerte que su destino", infumable, insoportable, una clara y desafiante invitación al sepukku, al suicidio ritual: acudir a la sala de cine, tomar nuestro wakizashi introducirlo en nuestro abdomen y cortar de izquierda a derecha, volver al centro y luego un tajo hacia arriba. Pasta, pasta, pasta.

¡Y qué podemos decir de la Holland! La que nos regaló aquella visión sentimentaloide de Corin Tellado de la Segunda Guerra Mundial y su prota llamado Quépobrecitosoy, y, cómo un servidor, sin haber aprendido la lección de esa tortura infumable de 2 horas y pico, aún tuvo el coraje de videar con estos glasos que hoy leen estas líneas su golpe de tortura final: "Copying Beethoven", donde un Beethoven de ciencia ficción -a la altura de Darth Vader- no era el auténtico autor de sus obras sino una muy oportuna Krueger que le soplaba las partituras... O sea, que la tortura no era ya solamente aquel film infumable de planos a base de Mr. Monopoly, sin interés artístico alguno, ahora, también se trataba de coger al pobre Ludwig Van, que ya tuvo bastante con derribar los muros de su sordera y componer lo que compuso, y someterlo a escarnio y degradación. En fin, ¿qué más podría esperar uno en una sala de cine? ¿Un ataque nuclear?

Esto es lo que sucede cuando la pasta se convierte en mucha mucha mucha pasta. Y muy pocos son los que sobreviven a pesar de ella (mis adorados Cohen, Attenborough, el bueno de Takashi Miike, o el gran Jim jarmush).

¡Menos mal que  el otro lado de la balanza compensa y junto al jin encontramos el jan!

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